Falso carey


No todo es malo en el mundo de los plásticos pues su invención y desarrollo entre finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX fue acabando con los usos del coral, el marfil o el caparazón de grandes tortugas al poder imitar estos materiales aminorando sustancialmente la caza furtiva de los animales de los que provenían.

Desde tiempos de griegos y romanos, el caparazón de tortuga se utilizó para realizar instrumentos, muebles y pequeños objetos, siendo la concha de carey la más utilizada para ello y su uso fue avanzando en el tiempo por las diferentes épocas que vieron en estos artículos un lujo y una distinción que llegaría a la corte del Rey Sol o a la de la Reina Victoria.

Las tortugas ya fueron declaradas especie protegida en los 60 y el comercio de caparazón de tortuga, afortunadamente, se prohibió en 1973. Durante todo el siglo XX ya se venían imitando efectos de carey, con celuloide pero a mediados de siglo, con el estallido de acrílicos como la lucita, el efecto carey se coló en la joyería y el mundo de los accesorios.

Desde monturas de gafas, como las de acetato de celulosa que diseñó Oliver Goldsmith para Audrey Hepburn en su papel de Holly Golightly en Breakfast at Tiffany's, pasando por mangos, joyas y hasta golpeadores de guitarra eléctrica como las de Fender, los nuevos materiales ofrecían unas propiedades muy parecidas al material al que querían imitar con la ventaja de no tener que matar a ninguna especie para obtenerlo.

Y si su uso estuvo bien, el abuso de los plásticos, en general, afecta igualmente a la salud y a la pervivencia de estos animales que viven en mares llenos de plástico. Quizás encontrar un equilibrio y abogar por la mesura, la conservación y el reciclaje de estos materiales supondría el fin de una sentencia de muerte menos directa que siglos atrás pero a tener en cuenta.